En un artículo de 2012, publicado en Temas, señalábamos al menos dos de los problemas fundamentales de la política tecnológica cubana. Uno de ellos era el dramático retraso que experimentábamos en las tecnologías de la información y su penetración en la sociedad, con respecto al resto de la humanidad. Tal retraso inevitablemente significa un subdesarrollo considerable no solo de toda nuestra economía y de la universalización del conocimiento, sino del bienestar social y personal en sí mismo. Tiene que ver con algo tan esencial a la condición humana como es el intercambio de información entre individuos y con toda la sociedad. El otro problema era la inexistencia de mecanismos y procedimientos económicos para que los adelantos científicos y tecnológicos fueran implantados y rindieran el fruto económico esperado, en el marco de un sistema de gestión estatal muy abarcador y altamente centralizado.

Ambos aspectos han sido objeto de tratamiento por las reuniones partidistas y gubernamentales y hoy disponemos de textos programáticos progresistas en ambas direcciones.

En el primer caso, se pronunció un discurso conceptual en el mes de febrero de 2015 por parte del primer vicepresidente del Consejo de Estado que afirmaba “Internet es una herramienta al servicio de la identidad y la cultura nacional y de la inserción soberana y universal de los cubanos, incluida la soberanía tecnológica”. Y más adelante:

El fomento y universalización del acceso y uso de Internet deben formar parte del proceso de desarrollo cultural nacional en su más amplio sentido y deberá acompañarse del fomento de la producción cultural nacional, la promoción de sus valores y la más amplia difusión nacional e internacional. Es parte de la infraestructura básica para el desarrollo de las actividades económicas y empresariales del país y el desarrollo de las capacidades nacionales en este campo y al propio tiempo una actividad económica con alto potencial de desarrollo.[1]

La situación a finales de 2017 es diferente a la de 2012 en sentido positivo. Sin embargo, aún dista mucho de cualquiera de los estándares mundiales en este campo. La rapidez con que progresan las tecnologías contemporáneas de informatización en cualquier parte del mundo es muy superior a la nuestra; como resultado tenemos un retraso sistémico y también creciente. Cada día estamos peor con respecto al resto del mundo.

Como ejemplos ilustrativos podemos citar que, recientemente, se ha informado del estado de la red de cajeros automáticos en el país y se reconoció que aún existen muchos municipios que en pleno siglo XXI no disponen de esos dispositivos elementales de gestión económica. Se trata de una tecnología introducida comercialmente por el británico John Shepherd-Barron, en Londres en 1967. Algo similar sucede con el servicio domiciliario de Internet: se comenzará a ofrecer durante 2017, solo en muy contadas zonas del país, con anchos de banda decenas de veces inferiores a los estándares mundiales actuales, con tarifas horarias limitadas y además desproporcionadamente altas con respecto al salario medio de los cubanos. Aún así, se anuncia como un gran avance, después de prolongados experimentos dudosamente necesarios en estos tiempos.

La telefonía móvil inteligente es, al final de 2017, un instrumento tecnológico imprescindible para cualquier progreso económico o social, que inevitablemente debe ser aprovechado por todos los ciudadanos de un país. Sin embargo, las ya obsoletas tecnologías 3G, se siguen “experimentando” en Cuba y ni siquiera cubren una parte deseable del área de servicio. Los teléfonos inteligentes que ya tienen unos diez años de explotación en todo el mundo, en Cuba todavía carecen de acceso a datos e internet. Esto reduce el más avanzado de estos dispositivos a uno del fin de siglo pasado en cuanto a muchas de sus prestaciones.

El costo económico y social de este retraso generalizado en informatización es silencioso, pero aumenta cada segundo que transcurre. Seguramente es también muy elevado para nuestra gestión económico-social y productividad.

En cuanto a la promoción de la ciencia y la tecnología en la empresa estatal socialista cubana también se avanzó de forma sustancial en lo conceptual. El Lineamiento 14 del Partido Comunista de Cuba, referido a este tema, expresa: “Priorizar y continuar avanzando en el logro del ciclo completo de producción mediante los encadenamientos productivos entre organizaciones que desarrollan actividades productivas, de servicios y de ciencia, tecnología e innovación, incluidas las universidades, que garanticen el desarrollo rápido y eficaz de nuevos productos y servicios, con estándares de calidad apropiados, que incorporen los resultados de la investigación científica e innovación tecnológica, e integren la gestión de comercialización interna y externa”.[2] Se trata de un bien elaborado principio que dista mucho, y para bien, de los planteamientos tradicionales que referíamos en el ya citado artículo, donde simplemente se le indicaba a la ciencia y a los científicos que introdujeran sus resultados en la práctica social.

La realidad regulatoria y gerencial del país también ha avanzado. Ya existe la posibilidad de que una entidad productiva estatal use una parte de sus utilidades en la tecnología y la innovación. Sin embargo, todo parece indicar que el fondo de utilidades designado para estos fines es compartido de alguna forma con el de estimulación directa de los trabajadores. Si esto es así, se trata de un aspecto demoledor de cualquier avance tecnológico que afecta los ingresos de los que en la empresa hacen posible su funcionamiento. Es difícil concebir que en las graves condiciones de disparidad de poder adquisitivo de los trabajadores estatales cubanos con respecto al sector privado, existan muchos empresarios dispuestos a sacrificarlos en función de los necesarios costos circunstanciales que tiene cualquier acción de innovación tecnológica, independientemente de sus beneficios esperables.

Desafíos que enfrentar en 2018

Las declaraciones de las más altas instancias partidistas y gubernamentales a finales de 2017.[3] hacen patente su conciencia de la necesidad de proceder a profundos cambios estructurales de la economía socialista cubana actual que sigue los patrones de las demostradamente fracasadas en la URSS y Europa del Este. Las deformidades que afectan a los trabajadores en cuanto a la realización del fruto de su trabajo son muy importantes y se trata de los actores protagónicos de cualquier sistema económico. La esencia principista de las reformas necesarias está ya conceptualizada muy extensa y claramente en los documentos programáticos del país para los próximos años.[4]

Por ello, se hace imprescindible reformular y reestructurar cuanto antes todo el sistema de gestión de la ciencia, la tecnología y la innovación (CTI), de forma que permita corregir los graves problemas que subsisten y evitar en el futuro sus causas. Esta actividad es transversal a toda la sociedad y su gestión también debe serlo.

Con las transformaciones real y anunciadamente imprescindibles en la valorización del dinero y el trabajo debe enfrentarse y vencerse el desafío de comenzar a cambiar lo mucho que debe ser cambiado en el obsoleto y sectorializado esquema actual de gestión de la CTI.

Probables avances, continuidades y/o retrocesos esperables en 2018

En 2018, la situación actual no puede retroceder más, a riesgo de la propia subsistencia del proceso revolucionario. La inmensa mayoría de nuestros centros de producción de conocimientos está amenazada o gravemente afectada por la pérdida constante del capital humano más calificado, su componente imprescindible. Por ello, las acciones para menguar o solucionar este problema son obligadas. El trabajo que los cubanos deben realizar para hacer avanzar al país en la producción de nuevos conocimientos y en la innovación tecnológica debe adquirir su justa valorización con respecto a otras profesiones y actividades laborales en los tiempos inmediatos. No puede seguir ocurriendo que un científico o un tecnólogo de cualquier campo tenga un nivel de vida inferior al de un parqueador de carros.

Las tecnologías de la información deben realizar un salto de desarrollo para trazarse y alcanzar metas que sitúen al país en un estado tecnológico aceptable y competitivo, ya en el propio 2018. Y eso es posible con algunas inversiones imprescindibles, pero sobre todo con voluntad real y efectiva por parte de las organizaciones encargadas de estas políticas y tareas. No valen en esto las engañosas complacencias de haber multiplicado el número de usuarios y servicios en tiempos recientes. Cualquier progreso es multiplicador de las increíblemente bajas cifras de informatización que teníamos antes de febrero de 2015, y por eso no resultan satisfactorios los frecuentes anuncios triunfalistas en este campo. Un progreso verdaderamente sustancial en este campo es, a todas luces, un requisito para cualquier otro desarrollo, casi tanto como el de la valorización del trabajo, ya mencionado.

Lo que permite una proyección optimista para el año 2018 es sobre todo la conciencia de las realidades mencionadas, reflejadas en los pronunciamientos de las altas esferas de decisión del país y en la opinión pública aparentemente generalizada acerca de este problema. El abarcador potencial humano creado por la Revolución cubana es una costosísima inversión a lo largo de casi sesenta años y debe manifestarse en la creación de valor material y espiritual. Si tal conciencia se lleva a la práctica este año, debe significar un cambio coyuntural que permita mejorar el bienestar de los cubanos de hoy y de mañana, los protagonistas principales.

Medio: Temas

http://www.temas.cult.cu/catalejo/transferencia-de-tecnolog-y-conocimiento-al-desarrollo-en-cuba