La accesibilidad a Internet se ha convertido en una necesidad casi obligatoria y digna de la canasta básica para la gran parte de la población de nuestro país.
La accesibilidad a internet se ha convertido en una necesidad casi obligatoria y digna de la canasta básica para la gran parte de la población de nuestro país. Desde luego los que vivimos en las zonas urbanas necesitamos Internet prácticamente para todo. Pedir un Uber, pagar la luz, buscar un restaurante y reservar, buscar la mejor ruta para un traslado, pagar el teléfono, comunicarnos con nuestros seres queridos, y hasta pagar impuestos.
Hoy en día en las grandes ciudades del mundo no tener internet significa estar desconectado. Para las generaciones más jóvenes que utilizan este medio para relacionarse socialmente, incluso, significa estar muerto en vida, no podemos hacer nada. El internet, como un villano sin piedad, se ha apoderado de la forma en como realizamos todas nuestras actividades y ha dejado de manera cruel en el olvido a aquellos que no tienen acceso al mismo.
La falta de acceso a Internet no necesariamente se debe a la falta de conexión por parte de los proveedores del servicio, aunque en algunas regiones marginadas geográfica o económicamente ese es el caso. Pero también existe otro componente que es el factor precio. Hoy en día para estar conectado se necesita un teléfono inteligente o una tableta. Estos dos aparatos son caros; para gran parte de la población su precio margina a los grupos socioeconómicos de nivel más bajo. Un estudio reciente de CIU (Competitive Intelligence Unit) muestra estas diferencias.
A pesar de que la penetración de teléfonos inteligentes (smartphone) entre líneas móviles asciende a una razón de 85.0% en el primer semestre de 2017, tal que en todos los segmentos de la población en términos de nivel socioeconómico (NSE) la mayoría cuenta con un dispositivo, aún se registra un elevado diferencial en el acceso a equipos de gama alta que cuentan con los elementos tecnológicos más avanzados y de aprovechamiento óptimo de la conectividad disponible.
Mientras que en NSE medio alto (C+) y altos (A/B) la adquisición de estos equipos alcanza a 4 de cada 10 poseedores, en la base de la pirámide (NSE bajos: D+/D/E) esta es una realidad para tan sólo 1 de cada 100 de los usuarios. Estos indicadores son similares en torno a la tenencia de tabletas, tal que la disparidad entre NSE A/B (66.3%) y D+/D/E (11.4%) es cuantiosa y equivalente a 54.9 puntos porcentuales.
Estas diferencias son atribuibles en lo principal a una menor capacidad adquisitiva y una comprensión y habilitación limitada de los beneficios potenciales de la conectividad y los nuevos dispositivos tecnológicos. La base de la pirámide social es un grupo que, a pesar de integrarse cada vez más a una sociedad digital, no cuenta con los recursos, hábitos, habilidades y/o la formación adecuada para hacerse beneficiario efectivo de la derrama de bienestar generada por las telecomunicaciones.
Este estudio de CIU plantea, que los beneficios del México conectado no serán para todos. Si bien los niveles de conectividad permearán a una gran mayoría de la población, el estudio habla también de una paradoja de la conectividad que implica un México conectado disfuncional, es decir uno en el que, a pesar de contar con una conexión a internet, será ajeno a las tendencias tecnológicas más recientes.
A pesar de que tenemos al frente grandes oportunidades para disminuir la brecha existente entre “los dos Méxicos”, el dotar con acceso a la red a una mayor proporción de la población no es suficiente. Así se reportase una tasa de conectividad equivalente a 90% de los habitantes del país, lo más importante es que cada una de estas conexiones sea efectiva y verdaderamente derive en mayores niveles relativos de bienestar social. No se trata únicamente de cantidad, sino también de calidad y capacidad equitativa. Pero sobretodo de una educación que nos permita utilizar al internet como herramienta y que no devore nuestras vidas.
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