Envalentonado por los “resultados” electorales (una hoja de parra muy pequeña para el tamaño, cada vez más delincuencial, de sus tropelías), Nicolás Maduro ha decidido que es el momento de dar el zarpazo definitivo a los jirones de vida democrática que aún quedan en Venezuela, e instalar un régimen minoritario de partido único, es decir, una dictadura, con impronta africana (por lo cleptócrata y ligada a la delincuencia común que está) y con la bendición (y membresía con todos los derechos) del club de tiranos que aún hollan la Tierra: Castro, Putin, Lukashenko, Erdogan, entre otros.
En el panorama mediático venezolano hay una sola radio libre: se llama Radio Caracas Radio, es la más antigua del país, y prácticamente la única empresa que queda de lo que algún día fue el poderoso conglomerado 1BC.
A los lectores de afuera de Venezuela les sonará familiar el nombre, y es porque Radio Caracas Radio, o RCR como se le conoce popularmente en el país, es la madre de Radio Caracas Televisión, la única empresa televisiva del mundo en ser asesinada dos veces por una dictadura: primero cuando Hugo Chávez la sacó de la señal abierta del canal 2 en 2007, y luego cuando Diosdado Cabello la sacó del cable en 2009. El chavismo se asustó, en ese momento, porque el canal, aún sin exención de dificultades, logró convertirse en exitoso también en la TV por suscripción.
Esta semana el Gobierno de Maduro ha decidido silenciar a RCR, la última radio libre de Venezuela. Lo ha hecho con dos sentencias (aquí lo de “sentencia” no tiene nada que ver con lo legal, sino con los deseos de sentenciar a muerte) de la infame Comisión Nacional de Telecomunicaciones, en las que se anuncia que se le “abre una investigación”: en el primer caso, por, supuestamente, dejar de transmitir una cadena de radio y televisión, cosa que se puede investigar y que, en todo caso, no debería conllevar un cierre.
La segunda acusación es más delicada y difícil de esquivar, porque señala que RCR “incita al odio” en el programa La Linterna, conducido por Diego Bautista Urbaneja, un reconocido intelectual venezolano. A los lectores en el exterior hay que aclararles que en Venezuela, y cuando se refiere a estar contra la dictadura, la carga de la prueba se ha invertido: Conatel no tiene que probar que Urbaneja, en efecto, incitó al odio, sino que la radio tiene que probar que no lo hizo. Y Conatel no irá a un tribunal: se erige en acusador y juez. Así ha convertido los diales AM y FM en desiertos en todo el país.
El Gobierno le tiene demasiadas ganas a RCR porque sus anclas (y me incluyo, soy parte del equipo de la emisora), aún con matices derivados de nuestras posiciones políticas, tenemos en común que estamos, irreductiblemente, del lado de la democracia, de los derechos humanos, de la libertad de expresión y, por encima de todas las cosas, de la gente.
Cada día al aire de RCR es un día en el que se demuestra que el chavismo es un fracaso, no solo porque le estamos mostrando al país las innumerables formas de ese fracaso en las calles, sino porque RCR se ha convertido en un medio de expresión de la ciudadanía, que tiene acceso cotidiano a todos los programas (uno de los de mayor participación de público es, justamente, La Linterna), y que a través de la señal de la radio está todo el día solicitando los medicamentos que tanto escasean en el país.
Por cierto, muy difícilmente Urbaneja, uno de los historiadores más comedidos y prudentes de Venezuela, pueda hacer una “incitación al odio” en un programa en el que se mide cuidadosamente cada palabra, y muchas veces con su orientación, incluso morigera las participaciones de sus oyentes.
Al frente de la radio se encuentra Jaime Nestares, uno de los hombres más valientes de la Venezuela actual, quien ya tuvo que ver cómo, hace menos de un mes, le cerraron, porque “se le venció la concesión”, 92.9 FM, la tercera empresa del grupo, radio de corte juvenil. Desde el 2002 este empresario, pero sobre todo defensor de la libertad de expresión, está intentando que le renueven la concesión de ambas frecuencias. Cada seis meses acude con sus documentos, cada seis meses se los reciben, y nunca pasa nada.
¿Necesita Conatel taparse con una hoja de parra para cerrar RCR? Probablemente no, menos en este momento, pero de todas maneras lo está intentando.
Por dos razones: la primera es que la comunidad internacional sigue vigilando de cerca sus movimientos y próximamente, con toda seguridad, la Unión Europea le pondrá sanciones a la cleptocracia, mientras EE. UU. endurecerá las que ya impuso desde hace meses; la segunda razón es que RCR es inmensamente querida en Venezuela, no solo porque es la radio más antigua del país, sino porque ha permanecido de pie donde todos se han arrodillado.
Hoy en día es imposible encontrar una radio en Caracas, y en cualquier parte del país, en la que la oposición política pueda expresar sus ideas abiertamente, salvo esta pequeña y antigua casa de El Paraíso, en el sur de la capital venezolana, cuya influencia se ha expandido fenomenalmente a través de Youtube, TuneIn, Periscope y Facebook Live.
“Si nos quieren cerrar, no necesitan las providencias administrativas. Con decir ‘se te venció la concesión’ tienen”, señala Nestares, quien se teme lo peor. “No nos cobran por no transmitir una cadena, que lo estamos evaluando, ni por incitación al odio. Nos cobran nuestra defensa de la libertad de expresión”.
¿Qué sigue?
Si cierran RCR (una emisora de radio con sintonía que supera la de la mayoría de las televisoras), en Venezuela no quedará, en el espectro radioeléctrico ni televisivo, una sola señal que adverse abiertamente al Gobierno. Algunas, en aras de una pretendida “objetividad” no han vetado a la oposición (eso sería demasiado burdo), pero dan preponderancia absoluta a las informaciones del chavismo. Otras, las públicas, están, por decirlo de una manera simple, secuestradas por el PSUV.
El periodismo libre ha encontrado una enorme brecha para seguir operando a través de Internet, pero, en Venezuela, la velocidad y confiabilidad de Internet es cada vez más baja, por no hablar de todas las páginas que la propia Conatel ha bloqueado, o más bien ha intentado bloquear, porque, por su propia naturaleza, la red permite que la información llegue, aunque su acceso sea más complicado.
Los demócratas venezolanos, la Asociación Interamericana de Radiodifusión, la Sociedad Interamericana de Prensa, la Relatoría de Libertad de Expresión de la Organización de Estados Americanos y su similar de la Organización de las Naciones Unidas deben estar muy atentas al caso de RCR.
Porque no es una radio más del centenar largo, o más, que Conatel ha cerrado para pasar su señal a “emisoras comunitarias” que solo repiten el mensaje del chavismo, o a simples rocolas que transmiten todo el día música venezolana. Es la última radio libre de Venezuela. Es “La Pionera”. Es parte sustancial de la historia de Venezuela de los siglos XX y XXI.
Y Nestares, y todos los que trabajamos allí, lo tenemos muy claro. Seguiremos en tanto y en cuanto podamos seguir siendo libres.
Si Conatel quiere nuestra autocensura, no la tendrá.
Estén pendientes de nosotros, que seguiremos informando.