Internet está muriendo.
Claro, técnicamente, sigue funcionando. Si abres Facebook en tu teléfono, seguirás viendo las fotos del bebé de tu primo. Sin embargo, en realidad eso no es internet. No es la red abierta de la década de 1990 y principios de 2000 en la que cualquiera podía participar en su construcción, el producto de tecnologías que se crearon durante décadas por medio de financiamiento gubernamental e investigación académica, la red que sirvió para deshacer el control absoluto que tenía Microsoft sobre el negocio de la tecnología y nos dio empresas nuevas como Amazon, Google, Facebook y Netflix.
No, ese internet independiente está sufriendo una muerte lenta… y una votación que la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por su sigla en inglés) realizará este mes para derogar la neutralidad de red podría ser el tiro de gracia.
El propósito de la neutralidad de red es impedir que las empresas que proveen servicios de internet ofrezcan un trato preferencial a cierto contenido según sus prioridades. Sus reglas impiden, por ejemplo, que AT&T cobre una cuota a las empresas que quieren transmitir videos de alta definición a la gente.
Debido a que la neutralidad de red protege a las empresas emergentes —las cuales no pueden pagar con facilidad el acceso a líneas rápidas— de los gigantes de internet que tienen el poder adquisitivo, estas reglas son el último bastión en contra de que las corporaciones absorban de forma total una buena parte de la vida en línea.
Cuando ya no existan esas reglas, internet seguirá funcionando, pero parecerá y se sentirá como algo completamente distinto: una red en la cual los acuerdos para desarrollar negocios determinarán qué experimentarás en vez de que lo haga la innovación; una red que se sentirá mucho más como la televisión por cable que como el Salvaje Oeste tecnológico que te dieron Napster y Netflix.
Si esto suena alarmista, considera que la situación de la competencia digital ya es bastante lamentable. Como lo he discutido de manera regular, gran parte de la industria tecnológica está en riesgo de ser devorada por gigantes. En la actualidad, internet es incompetente para enfrentarse a los cancerberos, las casetas de peaje y los monopolistas.
Las cinco empresas mejor valuadas de Estados Unidos —Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft— controlan la mayor parte de la infraestructura en línea, desde las tiendas de aplicaciones y los sistemas operativos hasta el almacenamiento en la nube y casi todo el negocio de la publicidad en línea. Un puñado de empresas de banda ancha —AT&T, Charter, Comcast y Verizon, varias de las cuales también están buscando convertirse en empresas proveedoras de contenidos porque por qué no— suministran casi todas las conexiones a internet de los hogares y los teléfonos inteligentes de Estados Unidos.
Juntos, estos gigantes han moldeado internet hasta convertirla en un histórico sistema rentable de feudos. Han hecho que una red, cuya promesa era la innovación infinita, se haya quedado atascada en el lodo donde todas las empresas emergentes están a merced de algunas de las corporaciones más grandes del planeta.
Muchas empresas están sintiendo este giro. En una carta que enviaron esta semana a Ajit Pai, presidente de la FCC y quien redactó el borrador de la orden de derogación de la neutralidad de red, más de doscientas empresas emergentes argumentaron que la resolución judicial “dejaría a los negocios pequeños y medianos en desventaja e impediría que despeguen las empresas nuevas e innovadoras”.
Las firmas aseguraron que esto era “lo opuesto al libre mercado, pues solo unas pocas empresas de cable y telefonía escogerán a los ganadores y los perdedores en vez de que lo hagan los consumidores”.
Esta no es la forma en que se suponía que el internet iba a funcionar. En su nivel técnico más profundo, el internet fue diseñado para evitar los puntos centrales de control que ahora lo dominan. El esquema técnico surgió de una filosofía aún más profunda.
Los diseñadores de internet entendieron que las redes de comunicaciones ganaban nuevos poderes por medio de sus nodos finales: por medio de nuevos dispositivos y servicios que se conectan a la red, en vez de las computadoras que controlan el tráfico en la red. Esto se conoce como el principio de “punto a punto” del diseño de redes y, básicamente, explica por qué el internet produjo muchas más innovaciones que las redes centralizadas que lo precedieron, como la antigua red telefónica.
En los primeros días de internet —que recordaban a la fiebre del oro—, el poder singular que este tenía era su flexibilidad. La gente podía imaginar una serie de nuevos usos para la red y, con una velocidad sorprendente, podía construirlos e implementarlos: un sitio que te vendía libros, un sitio que catalogaba la información del mundo, una aplicación que te dejaba “tomar prestada” la música de otras personas, una red social que te conectaba con cualquiera.
No se necesitaba pedir permiso para nada de lo anterior: algunas de estas innovaciones arruinaron a las industrias tradicionales, otras alteraron la sociedad y muchas eran ambiguas en términos legales. Pero internet implicaba que tan solo tenías que subir algo y, si funcionaba, el resto del mundo lo adoptaría con prontitud.
No obstante, si la flexibilidad fue la primera promesa de internet, rápidamente se le puso en riesgo. En 2003, Tim Wu, un profesor de Derecho que en la actualidad trabaja en la Escuela de Derecho de Columbia (también es colaborador de The New York Times), se percató de las señales de una inminente amenaza de control corporativo sobre internet, que estaba en pleno desarrollo. Las empresas de banda ancha que invertían grandes sumas de dinero para ofrecer un servicio cada vez más veloz a los estadounidenses se estaban volviendo recelosas de dirigir una red en la que todo vale.
Algunos de los nuevos usos de internet amenazaban el balance de sus negocios. La gente usaba los servicios en línea como una alternativa para no pagar la televisión por cable o el servicio de llamadas de larga distancia. Las personas usaban dispositivos como los enrutadores de wifi, los cuales les permitían compartir sus conexiones con muchos dispositivos. En ese entonces, hubo denuncias constantes hacia empresas de banda ancha que buscaban bloquear o incluso frustrar estos nuevos servicios; unos años después, algunos proveedores de banda ancha iban a comenzar a bloquear por completo esos nuevos servicios.
Para Wu, los monopolios de banda ancha amenazaban la idea del punto a punto que había impulsado a internet. En una revista especializada en Derecho, Wu esbozó la idea de una regulación para preservar el diseño de internet en el cual existía igualdad de oportunidades… y de ahí surgió la “neutralidad de red”.
Aunque ha pasado por un torrente de desafíos y resurrecciones legales, cierta forma de neutralidad de red ha sido el régimen que ha gobernado a internet desde 2005. El nuevo mandato judicial de la FCC destruiría la idea por completo: las empresas podrían bloquear o solicitar pagos para cierto tipo de tráfico, siempre y cuando revelen las condiciones. En este momento, las empresas de banda ancha prometen que no actuarán de forma injusta y argumentan que cambiar las reglas les daría más incentivos para invertir en su capacidad de banda ancha, con lo cual mejoraría la red.
Brian Hart, un vocero de la FCC, afirmó que las empresas de banda ancha aún estarían reguladas por medio de leyes antimonopólicas y otras regulaciones que tienen como objetivo impedir los comportamientos anticompetitivos. Mencionó que las propuestas de Pai simplemente regresarían la red a una primera época regulatoria previa a la neutralidad de red. “El internet ya había florecido dentro de este marco y lo volverá a hacer”, aseguró.
Las empresas de banda ancha tienen un argumento similar. Cuando le comenté a una vocera de Comcast que las promesas de la empresa eran solo voluntarias —nada impediría que Comcast creara niveles especiales para los servicios de internet con contenido incluido, muy parecido a como vende la televisión por cable en la actualidad—, sugirió que me estaba precipitando.
Después de todo, hay gente que ha predicho el fin de internet desde hace años. En 2003, Michael Copps, un comisionado de la FCC que nombró el Partido Demócrata y a quien le alarmaban los filtros principales que en ese entonces dominaban internet, argumentaba que “podríamos ser testigos del comienzo del fin de internet como lo conocemos”.
Desde entonces, ha sido un tema recurrente entre los aprensivos. En 2014, la última vez que se pensó que la neutralidad de red iba a ser destruida, Nilay Patel, el editor de Verge, declaró la muerte de internet (usó otra palabra para “muerte”). Y lo hizo de nuevo este año, adelantándose a la propuesta de Pai.
Sin embargo, alguien podría decir que sin importar las dificultades, internet siempre ha salido adelante. Las empresas emergentes siguen obteniendo financiamiento y se siguen haciendo públicas. A veces, aún se inventan novedades de locura que desafían cualquier expectativa; el bitcóin, que parece salido del Salvaje Oeste, acaba de llegar a 10.000 dólares en algunas cotizaciones.
Sí, de acuerdo. Pero una red vibrante no se muere de un solo golpe. Toma tiempo y abandono: cada día internet es más débil, pero casi no se percibe, así que un día viviremos en un mundo digital que controlarán los gigantes y creeremos que todo es normal.
Pero no es normal. No siempre fue así. Internet no tiene por qué ser un patio de juegos para las corporaciones. Ese es simplemente el camino que hemos escogido.